Pilares de la Educación

Muchos padres coincidirán conmigo en el hecho de que son la paciencia y la constancia, junto al sentido común los tres grandes pilares de la educación, y las tres virtudes básicas, que un padre debe reunir para poder llevar a cabo esta difícil tarea.

En mi opinión son también otras muchas cualidades las que definen el éxito de los padres como son el cariño, la coherencia, la firmeza, la entrega, la ilusión, la disciplina, el compromiso, la implicación, el interés por aprender, la autoridad, la madurez, y un excelente sentido del humor. Esta sería la pócima casi perfecta, para conseguir educar niños seguros y felices, que se conviertan en futuros adultos íntegros y con valores.

No es mi intención desanimar a aquellos padres que no se vean reflejados en esta descripción, sino reflexionar sobre lo complejo que es ser padre, y la tarea de educar.

Largamente podríamos hablar sobre cada una de estas virtudes, pero vamos a dar el protagonismo que se merece a la PACIENCIA, que a mi parecer es la madre de todas las virtudes, y a la CONSTANCIA, la reina de todas las victorias a nivel personal, profesional, y sobre todo educativo.

Hablemos de la paciencia si queréis, un término que tras años de reflexión concluyo que está “pasado de moda”. Todos deseamos tener paciencia pero…¿cómo desarrollar y ejercitar esta cualidad, en un mundo dominado por las prisas, regido por el logro rápido de objetivos, y donde nos persigue la amenaza constante de “renovarse o morir!”?.

Todos los días me encuentro padres en mi trabajo, que saben qué es la paciencia, conocen su valor a la hora de educar, e incluso en que momento deben armarse de ella, pero la mayoría me dicen, “Aroa, se que tengo que ser paciente pero a veces no puedo”. Con esta afirmación muchos apelan a la escasez de tiempo, y no a una falta de la capacidad. Es por eso, que a la hora de educar debemos plantearnos cuales son los objetivos que a corto, medio y largo plazo hay que conseguir, y cuanto tiempo podemos y debemos dedicar a la educación de nuestros hijos, para poder ser pacientes con ellos, y concebirla como algo que ira dando sus frutos poco a poco… un proyecto a largo plazo.

Hay que saber que cuando aplicamos técnicas, pautas, o algún plan de intervención con nuestros hijos, probablemente tarden en dar su fruto, y debemos asumirlo sin hacer comparaciones, ya que cada niño/a lleva un ritmo diferente de aprendizaje y de cambio. A su vez seremos especialmente desconfiados con aquellas técnicas que dan frutos rápidamente, como la amenaza, el miedo y/o los castigos físicos, y de sus efectos secundarios sobre el desarrollo de nuestros hijos.

Por otro lado, y de la mano de la paciencia, va la constancia como cualidad a la hora de educar niños, imprescindible para conseguir cualquier objetivo, sobre todo ante aquellos retos o “batallas” que nos presentan nuestros hijos diariamente. Y más ambicioso sería, hablar de la coherencia, y de ser nosotros mismos, sus padres, buenos modelos educativos, ya que a nadie se le escapa, el hecho de que nuestros hijos aprenden en gran medida por imitación de modelos. La falta de ambas, junto con la impaciencia, son la mayor causa de los problemas que exponen los padres, cuando acuden a recibir asesoramiento a nuestras consultas como profesionales de la educación, así como también son la mayor dificultad, a la que nos enfrentamos cuando les aconsejamos y ayudamos a poner en práctica algún programa, pauta o herramienta educativa.

Tal vez en muchas ocasiones no podamos evitar predicar sin ser ejemplo, o pedirles a nuestros hijos conductas que en nosotros mismos no deben, o no pueden aprender, ya que en numerosas situaciones, sus padres no somos los mejores modelos, o los más adecuados de los que deben aprenderlas, pero sí podemos y debemos ser conscientes de nuestras propias incongruencias e incoherencias a la hora de educar. Me explico, es común, en la cotidianidad de cada casa y de cada familia, encontrar ejemplos de esto a lo que me refiero, y no es extraño ver en las familias, o en nosotros mismos, como padres, estas incoherencias cuando pedimos gritando a nuestros hijos que dejen de hacerlo; que lean cuando jamás nos han visto hacerlo a nosotros; que respeten a sus profesores y se comporten en clase, oyendo críticas habitualmente, hacia los docentes y el sistema escolar, en su propia casa; que no vean tanta televisión o jueguen a la consola, cuando sus propios padres no les han fomentado ningún otro hobby que no sea ese; que no digan palabrotas, escuchando diariamente una retahíla de ellas de los labios de sus progenitores; o un clásico…rectificarlos con una palmada en la mano cuando pegan.

Otros tantos ejemplos podemos encontrar en la falta de constancia en nuestras metodologías educativas, y con ello me refiero a todas esas circunstancias en que, ante una misma conducta de nuestros hijos, en ocasiones les reñimos y nos enfadamos con ellos, otras les castigamos y prohibimos que las repitan, a veces las ignoramos, y en otras acabamos riéndolas, y con ello fomentándolas. Todo ello dependiendo únicamente del contexto en el que nos encontramos, o de nuestros estados de ánimo y físicos, pero sin respuesta o fundamento pedagógico para su alternancia. Se me ocurre un ejemplo que veo a diario…cuando un niño que se inicia en el habla y aprende una palabrota, NO sorprende a nadie que sus padres, encontrándose en su casa, le riñan cuando la use; en una comida con amigos, le ignoren; en casa de los abuelos o amistad de confianza, le rían; y en una tutoría con su profesor en el cole, le sancionen.

Podríamos añadir numerosos ejemplos de este tipo, pero NO es el fin que persigo en este escrito, ya que con este ejemplo de las palabrotas, probablemente o seguro, he conseguido evocar en todos los lectores otros tantos casos, que nos han pasado a nosotros mismos o hemos visto en otras familias. Mi objetivo es mas ambicioso, deseo con mis palabras, apelar al buen juicio y sentido común de los padres, y reflexionar sobre el impacto que tienen, en la educación de nuestros hijos, los modelos de los que aprenden, así como sobre la importancia de trabajar para cambiar en nosotros mismos, como figuras a imitar por nuestros hijos, aquellas conductas que les exigimos a ellos, a la vez que nos esforzamos en enseñarles a ser adultos responsables e íntegros.

Para evitar todo esto, no debemos abusar de los premios, los extinguiremos a medida que ya no sean necesarios, y los suplantaremos gradualmente por refuerzos de ocio y sociales, que den paso a la motivación intrínseca del niño para actuar correctamente.
Aroa CarrascoAroa Carrasco Villanueva. Licenciada en Pedagogía, nº col. 205.
Especialista en Educación Infantil, y Pedagogía Terapeutica.
CREIXENT JUNTS, Gabinet Psicopedagógic.



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